Antes de que se acabe el mes, escribo esta entrada porque creo que nunca ha pasado un mes en donde no escriba algo. Pero además, porque la hazaña amerita ser contada al mundo.
Ha sido un mes muy intenso, con muchos cambios, con decisiones importantes, con ilusiones y alegrías, con agobios y estrés, con reuniones y desencuentros, con lágrimas de alegría y de nostalgia; con gastos, con compras, con mudanzas, con comienzos.
Pero lo último ha sido mi batalla con la luz del jardín, la cual estaba permanentemente encendida, a pesar de tener sensor de movimiento. Los múltiples intentos por ajustar la sensibilidad y el tiempo y todos los botones posiblemente ajustables; el tener que apagar el interruptor general de las luces antes de ir a dormir para evitar que la luz estuviera encendida de por vida alumbrando a los vecinos y aumentando el gasto energético de nuestro hogar; las llamadas a la agente y la ¡por fin! visita del electricista; todo en vano. Pues la luz volvió a encenderse de forma permanente al irse un poco el sol (y en Inglaterra eso es, ajum, casi siempre).
Así que, yo, Laura, he logrado ganar la batalla contra la luz del patio. A base de paciencia, de un desarmador pequeñito, de ir a dos tiendas sin encontrar escalera, de estar de puntillas sobre una silla, con la luz deslumbrándome los ojos, con un paño en la mano para no quemarme, con cuidado para que no se cayera el cristal que cubría la bombilla, con polvillo cayéndome en los ojos, con frío recorriéndome el cuerpo, esperando un rato a que se enfriara, para poder quitar la luz de halógeno con el mismo paño que me había sido útil anteriormente. Después de todo eso, ¡he logrado quitar la bombilla y apagar ese martirio luminoso!
La batalla Mujer vs. Luz del Patio se da por concluida. ¡Salgo triunfante y orgullosa (e ilesa)!
El día que tenga invitados, y hagamos una carne asada, y se nos haga de noche... sacaré, con una extensión desde la cocina, la lámpara de escritorio. O velitas. Y así iluminaremos nuestras noches.
Ha sido un mes muy intenso, con muchos cambios, con decisiones importantes, con ilusiones y alegrías, con agobios y estrés, con reuniones y desencuentros, con lágrimas de alegría y de nostalgia; con gastos, con compras, con mudanzas, con comienzos.
Pero lo último ha sido mi batalla con la luz del jardín, la cual estaba permanentemente encendida, a pesar de tener sensor de movimiento. Los múltiples intentos por ajustar la sensibilidad y el tiempo y todos los botones posiblemente ajustables; el tener que apagar el interruptor general de las luces antes de ir a dormir para evitar que la luz estuviera encendida de por vida alumbrando a los vecinos y aumentando el gasto energético de nuestro hogar; las llamadas a la agente y la ¡por fin! visita del electricista; todo en vano. Pues la luz volvió a encenderse de forma permanente al irse un poco el sol (y en Inglaterra eso es, ajum, casi siempre).
Así que, yo, Laura, he logrado ganar la batalla contra la luz del patio. A base de paciencia, de un desarmador pequeñito, de ir a dos tiendas sin encontrar escalera, de estar de puntillas sobre una silla, con la luz deslumbrándome los ojos, con un paño en la mano para no quemarme, con cuidado para que no se cayera el cristal que cubría la bombilla, con polvillo cayéndome en los ojos, con frío recorriéndome el cuerpo, esperando un rato a que se enfriara, para poder quitar la luz de halógeno con el mismo paño que me había sido útil anteriormente. Después de todo eso, ¡he logrado quitar la bombilla y apagar ese martirio luminoso!
La batalla Mujer vs. Luz del Patio se da por concluida. ¡Salgo triunfante y orgullosa (e ilesa)!
El día que tenga invitados, y hagamos una carne asada, y se nos haga de noche... sacaré, con una extensión desde la cocina, la lámpara de escritorio. O velitas. Y así iluminaremos nuestras noches.