Fueron dos días para recordar.
La decisión estaba tomada: ¡Vámonos! Con el corazón en un hilo al despedirme de mi familia, nos aventuramos los tres en manos de Don Ángel.
Y allá vamos en nuestra van, con la ilusión de conocer mundo y la emoción de las cosas por venir. Papá, Mamá y Bebé de 5 meses.
Salimos de Playa del Carmen y nos adentramos a caminos pequeños, yendo por carreteras secundarias pasamos por varios pueblos mayas.
Primera parada: Valladolid. Bajamos al cenote Zaci y después paseamos por la plaza y nos emocionamos junto con la novia y su padre que estaban por entrar a la iglesia.
Ahí comimos las delicias yucatecas en El Oasis, calle 36, un lugar lejos de ser sofisticado pero con manjares que sentaron muy bien.
Papadzules, cochinita pibil, relleno negro, relleno blanco, panuchos, poc chuc, sopa de lima, escabeche, agua de horchata, agua de jamaica, tortillas de maíz, totopos, pollo en salsa verde, salsa de chile habanero....
Emprendimos el viaje, pasando por Tinum, Balantún, Dzitas, Quintana Roo (se llama igual que el estado), Tunkás, Sitilpech y paramos nuevamente en Izamal.
Izamal, un pueblo pintado de amarillo, nos dio la bienvenida con un convento-iglesia enorme y hermoso.
De ahí seguimos hacia Cacalchén, pasando por Citilcum. Los paisajes eran verdes verdes, con casas de paja aquí y allá, por cuyas puertas se dejaban entrever las hamacas.
No nos imaginamos la experiencia tan increíble y memorable que nos esperaba en Cacalchén. Eran las fiestas del pueblo y nos invitaron a tomar parte de ellas. Pagamos 30 pesos por cada silla y nos subimos a la segunda planta de un ruedo de toros hecho totalmente de madera y paja y atado con cuerdas, ni un solo clavo. Nos contaron que la plaza la arman dos veces al año y cada familia es responsable de una sección. Importante en este proceso es el compañerismo que debe de existir entre las familias, pues unos maderos van apoyados en otros, por lo que el trabajo es colaborativo y buscando el bien común.
Y allá vamos, Papá, Mamá y Bebé de 5 meses, con todo y carriola, subiendo por la escalerita de madera, compartiendo codo a codo (literalmente) con la gente del pueblo, cual locales. Salieron los toros y los toreros, quienes solamente tientan a las bestias. Después, salen rancheros a caballo y lazan al toro, para sacarlo del ruedo. Y ahí queda la cosa y salen los vendedores de papas fritas y de algodones de azúcar. Y una vez más, sale el toro y los toreros y los rancheros y los vendedores de papas. Después de cuatro rondas, decidimos preguntar cuánto duraba el espectáculo y al saber que eran veinte en total, supimos que era hora de seguir nuestro camino.
La familia de Don Ángel se había unido ya a nosotros y, de la forma más amable, nos invitaron a cenar en su casa en un pueblo cercano, llamado Bokobá. Cenamos comida casera, frijol con cerdo, tortillas de maíz maíz, salsa de tomate (sabor tomate de verdad) y salsa de chile habanero.
Agradecidos por haber formado parte de esta familia por unos momentos, quienes nos abrieron las puertas de su casa y de sus historias, partimos hacia Mérida.
Llegamos a dormir a Mérida y aprovechamos para pasear un poco de noche. Al día siguiente, conocimos todo lo que pudimos: el zócalo (donde entrevistaron de imprevisto para un canal de televisión a Mamá, sobre qué opina de Mérida y qué le ha gustado) y la catedral y el mercado.
Comimos marquesitas y dos champolas - una de guanábana y otra de maíz- en la Dulcería y Sorbetería Colón, desde 1907.
Y así, nos fuimos de regreso hacia Playa del Carmen, pasando nuevamente por algunos pueblos mayas y cenando, una vez más, en El Oasis de Valladolid.
¡Qué buen viaje! Sin duda, valió la pena. Las palabras no podrán nunca hacer justicia a los sentimientos y emociones vividos durante ese fin de semana. Se quedan con nosotros las hermosas iglesias pintadas de amarillo mirando hacia Mérida, la plaza de toros de maderos y cuerdas, el frijol con puerco, las artesanías de Yucatán y la gente tan amable que nos acogió.
La decisión estaba tomada: ¡Vámonos! Con el corazón en un hilo al despedirme de mi familia, nos aventuramos los tres en manos de Don Ángel.
Y allá vamos en nuestra van, con la ilusión de conocer mundo y la emoción de las cosas por venir. Papá, Mamá y Bebé de 5 meses.
Salimos de Playa del Carmen y nos adentramos a caminos pequeños, yendo por carreteras secundarias pasamos por varios pueblos mayas.
Primera parada: Valladolid. Bajamos al cenote Zaci y después paseamos por la plaza y nos emocionamos junto con la novia y su padre que estaban por entrar a la iglesia.
Ahí comimos las delicias yucatecas en El Oasis, calle 36, un lugar lejos de ser sofisticado pero con manjares que sentaron muy bien.
Papadzules, cochinita pibil, relleno negro, relleno blanco, panuchos, poc chuc, sopa de lima, escabeche, agua de horchata, agua de jamaica, tortillas de maíz, totopos, pollo en salsa verde, salsa de chile habanero....
Emprendimos el viaje, pasando por Tinum, Balantún, Dzitas, Quintana Roo (se llama igual que el estado), Tunkás, Sitilpech y paramos nuevamente en Izamal.
Izamal, un pueblo pintado de amarillo, nos dio la bienvenida con un convento-iglesia enorme y hermoso.
De ahí seguimos hacia Cacalchén, pasando por Citilcum. Los paisajes eran verdes verdes, con casas de paja aquí y allá, por cuyas puertas se dejaban entrever las hamacas.
No nos imaginamos la experiencia tan increíble y memorable que nos esperaba en Cacalchén. Eran las fiestas del pueblo y nos invitaron a tomar parte de ellas. Pagamos 30 pesos por cada silla y nos subimos a la segunda planta de un ruedo de toros hecho totalmente de madera y paja y atado con cuerdas, ni un solo clavo. Nos contaron que la plaza la arman dos veces al año y cada familia es responsable de una sección. Importante en este proceso es el compañerismo que debe de existir entre las familias, pues unos maderos van apoyados en otros, por lo que el trabajo es colaborativo y buscando el bien común.
Y allá vamos, Papá, Mamá y Bebé de 5 meses, con todo y carriola, subiendo por la escalerita de madera, compartiendo codo a codo (literalmente) con la gente del pueblo, cual locales. Salieron los toros y los toreros, quienes solamente tientan a las bestias. Después, salen rancheros a caballo y lazan al toro, para sacarlo del ruedo. Y ahí queda la cosa y salen los vendedores de papas fritas y de algodones de azúcar. Y una vez más, sale el toro y los toreros y los rancheros y los vendedores de papas. Después de cuatro rondas, decidimos preguntar cuánto duraba el espectáculo y al saber que eran veinte en total, supimos que era hora de seguir nuestro camino.
La familia de Don Ángel se había unido ya a nosotros y, de la forma más amable, nos invitaron a cenar en su casa en un pueblo cercano, llamado Bokobá. Cenamos comida casera, frijol con cerdo, tortillas de maíz maíz, salsa de tomate (sabor tomate de verdad) y salsa de chile habanero.
Agradecidos por haber formado parte de esta familia por unos momentos, quienes nos abrieron las puertas de su casa y de sus historias, partimos hacia Mérida.
Llegamos a dormir a Mérida y aprovechamos para pasear un poco de noche. Al día siguiente, conocimos todo lo que pudimos: el zócalo (donde entrevistaron de imprevisto para un canal de televisión a Mamá, sobre qué opina de Mérida y qué le ha gustado) y la catedral y el mercado.
Comimos marquesitas y dos champolas - una de guanábana y otra de maíz- en la Dulcería y Sorbetería Colón, desde 1907.
Y así, nos fuimos de regreso hacia Playa del Carmen, pasando nuevamente por algunos pueblos mayas y cenando, una vez más, en El Oasis de Valladolid.
¡Qué buen viaje! Sin duda, valió la pena. Las palabras no podrán nunca hacer justicia a los sentimientos y emociones vividos durante ese fin de semana. Se quedan con nosotros las hermosas iglesias pintadas de amarillo mirando hacia Mérida, la plaza de toros de maderos y cuerdas, el frijol con puerco, las artesanías de Yucatán y la gente tan amable que nos acogió.